Resumen

Desde el 2016, las movilizaciones feministas han reactivado la práctica de la huelga. En algunos países se han vivido expresiones masivas de la misma; en otros, simplemente se adoptó el término y con él una idea fuerza: el poder de la disrupción social. En todo el mundo se llevaron a cabo huelgas parciales con distintos grados de apoyo, así como sentadas, marchas, acciones y convocatorias para detener los distintos circuitos productivos y reproductivos en los que las mujeres están involucradas a diario. Para las feministas, la convocatoria de una huelga conlleva una serie de cuestiones acuciantes, ya que los modelos tradicionales de huelga no tienen en cuenta el trabajo reproductivo y otras formas de trabajo no asalariado o marginado. La cuestión se convierte entonces en qué tipo de huelga serviría mejor a quienes realizan incansablemente el trabajo de reproducción social y que, al mismo tiempo, son los más denigrados y desvalorizados. Sin embargo, al repasar la historia de la huelga, recordamos que muchas estaban relacionadas con elementos de la vida de la clase trabajadora que no tenían que ver directamente con la producción. Este artículo trata de ampliar la concepción feminista de la huelga al descubrir cómo las mujeres la han utilizado en sus propios términos y por sus propios medios para lograr el cambio.

La pregunta por la huelga y la huelga como pregunta

Desde 2016, las movilizaciones feministas reactivaron la praxis en torno a la huelga. Algunos países vivieron expresiones masivas de la misma, en otros sencillamente se adoptó el término y, con él, su idea fuerza: la potencia de la interrupción social. Se realizaron paros parciales más o menos secundados, además de plantones, marchas, acciones o llamados a parar los diversos circuitos productivos y reproductivos en los que las mujeres se involucran diariamente en el mundo.

El llamado no estaba exento de paradojas. El paro, a diferencia de la marcha, nos pusieron al límite de lo posible. El 8 de marzo pudimos experimentarlo en primera persona. Algunas no pudieron detenerse ni siquiera el tiempo que duraban plantones y marchas en la medida en que el cuidado de otros no podía esperar o el ingreso al día dificultaba la jornada siguiente. Los interrogantes no sólo concernían a los ritmos de la casa, sino que tensionaban escuelas, hospitales, residencias de mayores, comercios y venta de calle, centros de abastecimiento y transporte . . . ¿Quién debía buscar a los niños (si es que iban a la escuela)? ¿Quién (no) podía parar y cuánto tiempo? ¿Qué represalias se desencadenarían para cada cuál? ¿Cómo se haría con la alimentación y los desplazamientos? ¿Cómo desde la ruralidad? ¿Cómo ser parte en circunstancias difíciles? ¿Cómo cooperar entre desiguales? Todo quedaba en suspenso, todo tenía que reacomodarse, todo debía ser resuelto o al menos pensado. Las preguntas, en todo caso, nos devolvían al poderoso lema de las compañeras de Territorio Doméstico en Madrid: “¡Sin nosotras, no se mueve el mundo!.” No al menos el mundo que conocemos.

La huelga abrió innumerables interrogantes y con ellos un espacio-tiempo improbable, inaudito, en medio de la agitación cotidiana; se sintió como apenas un instante. Todo ello nos vino a recordar que más allá de las interpretaciones que enfatizan el paro como un posicionamiento de vanguardia o que lo descartan, tildándolo incluso de elitista (¡sólo algunas pueden permitirse el lujo de hacer huelga!, ¡hay quienes paran mientras otras siguen trabajando!), lo que suscita sobretodo es una interpelación abierta, un gesto que señala una doble paradoja. La de quienes, de una parte, aportan de una y mil formas sin descanso y, de otra, son desvalorizadas a diario, violentadas, incluso desechadas porque, a pesar de todo, sus vidas no importan. Más fuerza de trabajo, más bienestar, más recursos afectivos, más cuerpos saludables, más afanes cuando escasea un plato sobre la mesa o cuando los wambras llegan con problemas a la casa . . . pero, al mismo tiempo, más violencia, despojo y aniquilación.

Subrayar esta doble paradoja en el plano de la re/producción de lo humano y de la naturaleza y de la politización –sostenemos el mundo, pero somos prescindibles; llamamos al paro, pero no podemos detenernos– es lo que precipitó la imaginación feminista en torno a las distintas y desiguales experiencias que podía convocar este llamado. La huelga traía una herramienta histórica de sustracción y vitalidad desde abajo, e interpelaba a un sujeto que en su diversidad y en sus singularidades buscaba hacerse común. La huelga se convirtió en un interrogante para la acción colectiva que puso de relieve una persistente tradición feminista que, bien mirada, no debía nada a nadie: huelga laboral, huelga de úteros, huelga de sexo, huelga de fertilidad, huelga de cuidados . . . y, de forma simultánea y anidada, ensayos diarios, perseverantes y creativos para recomponer este mundo dañado.

Regresar la mirada sobre la huelga

Rastrear las huelgas protagonizadas por mujeres diversas arrojaba algunas enseñanzas. Muchas de las llamadas “huelgas generales” no han sido tales; hoy podemos entender su parcialidad. De igual modo, muchas de las que se han dado en el mundo no han entrado en el canon al no ser suficientemente inteligibles respecto del paradigma de la huelga productiva. Pero ahí no acaba todo. Si revisáramos la historia de las huelgas veríamos desvanecerse peligrosamente el imaginario que con frecuencia las rodea, por ejemplo, en el cine: un agerrido grupo de varones parando grandes centros industriales en pos de mejores salarios y condiciones. Como han recordado Asad Haider y Salar Mohandesi (2015)1, muchas huelgas se articularon en torno a elementos que rodeaban la vida de la clase trabajadora que no concernían directamente a la producción; aspectos como la salubridad, la vivienda, la carestía y falta de acceso a los alimentos, y aún a otros como la seguridad frente a la violencia sexual, las garantías de aborto y embarazo, el acceso a la salud, la posibilidad de lactar, la dignidad de quienes no son reconocidos como “trabajadores,” el salario para el trabajo doméstico, las amenazas bélicas o el acceso al espacio o a infraestructuras claves como una carretera o el tendido de agua han ocupado un lugar significativo en las movilizaciones de la clase obrera.

Buena parte de los paros no se han producido en los espacios laborales sino por fuera, en los barrios, en las calles de las ciudades o por las carreteras que unen comunidades. Y aún muchos más no fueron protagonizados por empleados, es decir, mujeres y hombres asalariados, sino por sus parejas, sus hijos y en general sus vecinos y aliados. En muchos lugares, dada la marginalidad del mundo salarial, los perfiles del paro se desdibujan o se entremezclan con tomas, levantamientos y acciones que muchos no considerarían huelgas en un sentido estricto. Todo esto, para muchos, se aleja de lo que mueve una huelga: el trabajo, si bien es justamente una nueva mirada sobre el mismo lo que permite visualizar las formas de sustracción y explotación.

Sin duda, una mirada atenta sobre la huelga arroja incontables novedades. Ayuda, en todo caso, a dimensionar el núcleo de la propuesta de huelga feminista: una escalada de las luchas de re/producción que nos aproximen a una huelga auténticamente general, que no deje atrás los trabajos que se producen en las casas, las comunidades, las calles o los campos. De momento, el llamado concierne a quienes han habitado los márgenes de las huelgas productivas: las mujeres, mujeres no asalariadas o precariamente asalariadas, mujeres que han asumido mayoritariamente los trabajos de sostenimiento y cuidado. Pero la cosa podría ir mucho más allá . . . niñas y niños, jubilados, agricultores familiares o de subsistencia, estudiantes, desempleados, población sin salario, sectores “improductivos,” autónomos semidependientes, habitantes de la tierra . . . ese inmenso mundo que está por debajo o en los bordes de la vida con salario pero cuya existencia está atada al ingreso, cuyas tareas subsidian la acumulación y cuyos territorios y medios de vida son fagocitados por mafias y corporaciones.

Aproximaciones visuales

Aproximémonos entonces brevemente, en términos visuales, a cinco huelgas (poniendo lo de huelga un poco entre paréntesis) para ver qué arroja esta mirada.

En Between Babies and Banners: Story of the Emergency Brigade (1979)2, Lorraine Gray recoge la experiencia femenina en la célebre huelga que se libró en la factoría de Flint en Michigan a finales de 1936 y comienzos de 1937. Las demandas tenían que ver con la intensificación de la producción, la regulación de la jornada y el salario y la represión sindical. Un clásico que visto desde las mujeres, arrojaba otros elementos. La participación de estas de amas de casa y esposas de los obreros de esta enorme ciudad de la General Motors fue reseñable. El encierro de los varones en la mítica planta 4 de la Chévrolet contrasta con el ir y venir de las mujeres. Muchas asumieron el aprovisionamiento y la cocina, tan necesaria para la supervivencia de la huelga, y otras, como Gerona Dollinger, la resistieron: “Hay muchos hombres flacuchos que no son capaces de pararse firmes, marchar y acudir a los piquetes, y pueden pelar papas tan bien como nosotras”3. Estas esposas de obreros se pusieron al frente de la estrategia política y de la autodefensa física de la planta a través de la Women's Auxiliary Brigade. Sus hijos e hijas se socializaron en la huelga, en los comedores, las cocinas y las líneas del piquete durante más de un mes, mientras que las mujeres quebraban una y otra vez la ofensiva policial y enardecían a la población con sus propuestas y su creatividad.

Al igual que otras huelgas industriales, ésta revelaba un universo rico de interacciones que desordenaban lo que la línea de montaje y el hogar obrero aún estaba tratando de homogeneizar, escindir, disciplinar y moralizar. La fábrica, la calle, la cocina, los comercios, las asambleas, la comunidad . . . todo se amarraba según iba avanzando el conflicto y las mujeres iban llamando a más y más actores a escena. Gerona cuenta que cuando vencieron, disparando la sindicalización y el conflicto más allá de los confines de Flint, los hombres les dijeron que era momento de volver a casa, que durante todo ese tiempo se había apilado la ropa. Muchas regresaron, pero nunca se quitaron sus boinas rojas, y siguieron vinculadas al sindicato. La huella que dejó esta otra cara de la huelga quedó sembrada, al igual que la capacidad de pensar la huelga como paralización y reactivación de toda una comunidad. La idea de desplazar la reproducción al centro del campo de batalla, como un hacer conjunto y de otro modo, ha estado presente en no pocos conflictos laborales. Quizás no sea tan común en los relatos o no forme parte de los archivos, pero es, sin duda, parte de un acumulado histórico femenino.

La segunda huelga no es menos reveladora y también existe un documento visual que la recoge: Les Prostitués de Lyon parlent, de Carole Roussopoulos4. En 1975, las prostitutas de Lyon abandonan el trabajo y ocupan la iglesia de Saint-Nizier para denunciar el hostigamiento policial, las extorsiones, los abusivos requerimientos fiscales, el encarcelamiento y la estigmatización social5. Poco antes de esta acción, tres compañeras habían sido asesinadas. La toma se produce tras varios amagos de movilización y cuenta con el apoyo previo de los jóvenes católicos (el Nid) y, después de las feministas. Más de cien mujeres, a nombre de María Magdalena, la mujer que ungió los piés de Jesucristo, se apoderan de la iglesia; el cura se niega a expulsarlas y el gesto es replicado en otras ciudades. A juzgar por las imágenes de los exteriores, su presencia se convierte en algo verdaderamente inaudito para una sociedad que súbitamente las ve y, sobretodo, las escucha por los altavoces colocados en la calle. Denuncian sus condiciones de trabajo, las extorsiones a las que se ven sometidas y los efectos que todo esto tiene sobre ellas y sus criaturas: “Nuestros hijos no quieren ver cómo sus madres son encarceladas.”

El derecho a la ciudad y a la calle, a ver y ser vistas, a encerrarse y demostrar que salir equivalía a ser arrestadas se convirtió en un modo de explicar públicamente la vida de un grupo cohesionado a causa de la represión. Carecían hasta la fecha de experiencia en este tipo de acciones, así como de práctica de interlocución con las autoridades civiles y religiosas. Tras este paro con encierro, que en Lyon duró una semana, se cancelaron varias sentencias de prisión y se relajó por un tiempo la represión.

Es difícil medir el impacto de la huelga, tanto para las prostitutas como para el imaginario social dominante, pero lo cierto es que la toma de la palabra y la aparición pública de estos cuerpos, entreverados con los cuerpos y lenguajes de sus aliadas, descolocó los lugares habituales de las mujeres, cuya actividad y condición parecía totalmente ajena al mundo del trabajo, al funcionamiento adecuado de la sociedad, a las gentes de bien y al común de las mujeres oprimidas reclamadas por el feminismo. Evidentemente, el paro y los reclamos, respaldados también por sectores abolicionistas, tenían que ver con el desempeño en una actividad considerada como no trabajo, como trabajo informal (por servicio) y como algo impropio (pero útil). Sin duda, el componente de dignificación resultaba un aspecto crucial. Parar fue, en este caso, hacerse ver/oír, salir a la superficie, ser reconocidas y hacerse respetar. Aunque el comercio de calle, el trabajo doméstico o el reciclaje no resulten equivalentes, comparten con la prostitución algunos elementos que tornan extraña la huelga; al fin y al cabo, ¿qué se “gana” parando?, ¿qué se interrumpe?, ¿qué se reclama exactamente? ¿Cómo así la huelga cuando el ingreso es al día?

La tercera huelga tuvo lugar en la década de 1930, en esta ocasión en Ecuador; ahí estaban Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña. Las imágenes que se han conservado de ellas nos ayudan a estimar su porte y valentía; entre ellas, un fragmento de la entrevista de Rolf Blomberg a Cacuango en 1969 para su película Los indígenas son personas6. Estas mujeres indígenas encabezaron el levantamiento de la comunidad huasipunguera de Cayambe previo a la formación de la Federación Ecuatoriana de Indios en 1944. Dos importantes huelgas se sucedieron en 1930 y 1931 en las haciendas de Pesillo, La Chimba, Moyurco y San Pablo Urco. La situación de servidumbre por deudas es conocida, semejante a la que se da en otras regiones. Pero algo singular de estas huelgas fue la dirigencia y el protagonismo femeninos. Además de hablar de demandas laborales, antes incluso de que cobrara forma el llamado a la reforma agraria, las mujeres interpretaron la dominación en un sentido particularmente complejo, movilizando elementos que tocaban la reproducción y la sexualidad bajo el régimen gamonal.

En primer lugar, se reclamó la remuneración de las mujeres, cuyo trabajo no contaba. Segundo, se formuló la negativa a prestar servicios personales por parte de mujeres y niños en la casa hacienda; esto equivalía a una obligación natural, tan natural como el ser conminadas a amamantar a los bebés de los hacendados a costa de la vida de los propios, como se narra en Huasipungo, la estremecedora novela de Jorge Icaza7. El pliego que acompañó la huelga recogía también el rechazo a la obligación sexual de las mujeres respecto a los patrones, las violaciones sistemáticas, así como el derecho ritualizado de éstos a usarlas sexualmente antes que el marido. De igual modo hablaron de la destrucción de sus viviendas y animales, de todo aquello que permitía su precaria reproducción, siempre sujeta a la deuda, al gobierno discrecional de los capataces y a los escuadrones del ejército. Una de las demandas de la huelga en Pesillo era que se abriera una escuela en Pucará. Las alianzas con la izquierda urbana mestiza, particularmente entre mujeres y feministas, Dolores junto a Nela Martínez y Maria Luisa Gómez de la Torre, posibilitaron en la década de 1940 la creación de las escuelas bilingües. Como en la huelga de Flint, las luchadoras atendieron esta cuestión y en general el bienestar de las mujeres, alentando sus capacidades de participación social y política y las de las nuevas generaciones a través de escuelas de formación. “No sólo luchamos por la tierra y un buen trato,” dijo Tránsito en una ocasión. Huelga, fuga, levantamiento, asalto a la casa hacienda, marchas . . . En palabras de Dolores, “Todito se ha luchado,” y todito dio forma a una concepción de la lucha que situaba en el centro la reproducción social y cultural.

Las huelgas de sexo, la cuarta experiencia, han sido muy importantes en África y en la diáspora. Se han librado tanto contra regímenes autoritarios, a favor de las libertades civiles y políticas o contra la guerra, como para garantizar el sostén frente a la extracción. Una de las más destacadas es la que protagonizaron las “mujeres del mercado” en Liberia en 2003. Pray the Devil Back to Hell (2009), de Gini Reticker y Abigaile Disney8, narra la historia de estas mujeres y de Leymah Gbowee, del Women's Peace Building Movement, premio Nobel de la Paz en 2011. Cuenta Gbowee que tuvo un sueño, y ese sueño era la paz para Liberia tras varios golpes militares, regímenes autoritarios, militarización generalizada y dos guerras civiles hechas de enfrentamientos tribales originados en la formación misma de esta nación9. Para ella, “las mujeres del mercado” estaban llamadas a movilizarse desde las iglesias cristianas uniéndose a las musulmanas; primero porque conocían a los combatientes, pero también porque eran muchas, se movían constantemente de un lado para otro con la mercadería, incluso transportando armas en sus fardos. Sabían cuándo venía la guerra y cómo iba a ser el enfrentamiento; sabían lo que costaba ganarse el pan y correr por sus vidas, conocían lo que era sufrir la violación de sus hijas y ver a sus hijos armados, y estaban hartas de la situación. Estas mujeres, explica Gbowee, podían mejor que nadie, desde su condición de trabajadoras de mercado, reunir el valor de parar la violencia con el fin de custodiar un futuro mejor. Las mujeres vistieron camisetas blancas en nombre de la paz y lanzaron una huelga de sexo que interpelaba a todos en distintos niveles: a los hombres de la casa, a los armados pero también a los que se mantenían en silencio, a los señores de la guerra y al gobierno.

El paro de sexo subrayaba la potencia y vulnerabilidad del cuerpo, su capacidad para producir placer, dolor, procreación, resguardo, deseo. Su efectividad no siempre resulta, pero su fuerza simbólica es enorme. Al fin y cabo, si el cuerpo de las mujeres se detiene es que algo anda realmente mal. Claro que sus cuerpos no se detuvieron; enfrentaron directamente al sanguinario presidente, Charles Taylor, y se interpusieron a la salida de los delegados de las conversaciones de paz en Gana. Cuando las quisieron expulsar físicamente ellas amenazaron con la peor de las maldiciones: enfrentar el cuerpo desnudo de la madre o la mujer mayor (equivalente a la propia madre), un desafío deliberado para cualquier varón que se respete a sí mismo. Varios atropellos contra mujeres en lucha en varios lugares en Africa, de forma notable en Nigeria en la década de 1980, han desencadenado este gesto irreversible. La rabia extrema al ser pisoteadas en su dignidad expone la vulnerabilidad de su poderosa corporalidad. La abominación se vuelve contra quien la suscita, que en su abuso revela su cobardía y bajeza moral, para quedar profundamente debilitado. Tal y como recuerda Gbowee, ese es el mayor dolor que puede sentir una mujer, y cuando algo así ocurre, cuando la vulneración es de tal magnitud que desencadena la maldición, el efecto es que todos los presentes se vuelven hacia sí y se preguntan . . . pero, ¿qué he hecho?, ¿cómo he podido (hemos podido) llegar hasta aquí?

Tanto la lucha contra regímenes corruptos y violentos como, de forma simultánea, la lucha contra la precarización de la existencia han llevado a muchas mujeres a las huelgas de sexo (a las que también se convoca a las prostitutas). En 2011, la comunidad afrodescendiente de Barbacoas en Colombia protagonizó un caso revelador para América Latina. La capacidad de dirigirse directamente a los hombres con este llamado, además de a los Estados, provocando diálogos públicos y privados inusuales, ha sido una potente herramienta.

Me gustaría terminar recuperando una última huelga, que es ya un clásico para las luchas feministas: la que tuvo lugar en Islandia el 24 de octubre de 1975, un día entero en el que el 90% de las mujeres no fueron al trabajo, no hicieron la compra, ni llevaron a los niños al colegio, ni prepararon la cena, ni arreglaron la casa, ni atendieron a nadie y salieron juntas a la calle para reunirse en un evento político del que tenemos algunas imágenes y un documento visual, Women in Red Stockings, dirigido por Kristín Einarsdóttir en 200910. No se convocó oficialmente como una huelga, sino como “un día libre.”

Sus protagonistas explican el efecto que tuvo en ellas los movimientos y acciones feministas de la segunda ola, y mencionan de manera especial a las Redstockings del Movimiento por la Liberación de las Mujeres de finales de la década de 1960 en Estados Unidos, feministas radicales que encabezaron novedosas acciones y teatros callejeros, además de grupos de autoconciencia en los que denunciaban la situación de las mujeres que abortaban, el uso comercial del cuerpo femenino y la supremacía masculina en el trabajo y en todo lado. Esto inspiró a las islandesas, que marcharon juntas en el primero de mayo portando una gigantesca venus bajo la mirada reprobatoria de sus compañeros, que interpretaron la figura como una burla y trataron de expulsarlas. En poco tiempo las Redstockings islandesas se expandieron reclamando escuelas infantiles, organizando publicaciones, haciendo teatro, denunciando las desigualdades salariales, organizando festivales en poblaciones remotas, visibilizando el lesbianismo, defendiendo el derecho sobre el propio cuerpo o rechazando las tareas domésticas. Las acciones burlonas, como la crucifixión de un ama de casa en un árbol navideño o la aparición de una vaca con banda en un concurso de belleza, causaron revuelo, al igual que la idea de una huelga. Bien, dijeron, si ésta causa temor entre las mujeres . . . convoquemos a “un día libre.”

Y el día libre llegó y con él una enorme parada, canciones, discursos y una gran marcha que reunió en Reikievic a mujeres de distintas edades y condiciones. Muchas empresas no pudieron sacar el trabajo adelante y los colegios cerraron puesto que las profesoras eran mayoritariamente mujeres, al igual que sucedió con los comercios y las fábricas de procesamiento de pescado. Algunos hombres llevaron a los hijos al trabajo y muchas mujeres, como muestra la fotografía, fueron con sus hijas e hijos a la marcha. La hostilidad y el apoyo recibido en las acciones de las Redstockings también se dieron en la huelga. Algunas activistas dicen que los hombres estaban entre perplejos y divertidos, no enfadados. Algunos no pudieron impedir que sus compañeras salieran ante el riesgo de quedar mal, y otros arremetieron contra los que se habían quedado en casa. “Pero, ¿cómo dejas que tu mujer se ponga a gritar de ese modo desde la tarima? Yo nunca permitiría eso a mi mujer” . . . “Ya . . . es que mi mujer jamás se casaría con un tipo como tú,” contestó alguno.

Parece difícil imaginar algo así sin las Redstockings y la desafiante energía acumulada. La cosa iba mucho más allá de la equiparación salarial o del reparto doméstico; al visibilizar a las mujeres juntas en la plaza se cuestionaba su lugar y el de los hombres en la sociedad, al tiempo que se desplegaba un cotidiano alegre y trastocado. La huelga duró un único día, pero sus efectos fueron importantes, tanto en las disputas políticas del país como, nuevamente, en las que se desarrollan en las alcobas. Tras ésta y otras acciones se produjeron cambios legislativos, especialmente en lo concerniente a los cuidados, y al igual que en Liberia, se eligió a una presidenta. Una plataforma política femenina, Alianza de Mujeres, entró en escena y con ella, como comentan algunas activistas, la conversación se desplazó hacia terrenos más convencionales. Como sucede cuando se institucionaliza el vigor y la creatividad social, se adoptaron nuevos lenguajes, y los balances no siempre resultan convincentes.

¡A la huelga compañeras!

¿Qué nos dicen entonces estas cinco huelgas en el presente? ¿Qué se ve desde este otro lado de la huelga? Son muchos los aprendizajes de éstas y otras mil huelgas, inusuales solo en apariencia, pero yo destacaría al menos cuatro reflexiones.

La primera es que la huelga pone de relieve la imbricación con la que las mujeres entretejemos lo “productivo” y “reproductivo.” La interrupción, para nosotras, revela de forma radical lo impostergable –alimentarse, descansar, resguardarse, curarse, abastecerse . . . —, que cuando se pone en suspenso en la contienda, en lugar de ser un freno, se configura como la potencia misma de la acción, que ya no sería de unas cuantas sino de todo aquel o aquella que se involucra. Tal y como he sugerido en otro lugar, las recientes rebeliones y levantamientos en América Latina ponen en juego esta virtualidad: la reproducción y quienes se encargan de ella, en lugar de quedarse en casa o retirarse a la retaguardia, la valorizan, la expanden, la convierten no sólo en materia de demanda, sino en base de la propia acción y autoorganización, colocándola en el corazón mismo de la revuelta11. Las peleas se dirigen, cada vez más, al sostenimiento vital en los territorios, revelando, en su hacer, que la reproducción es la lucha.

Las mujeres, desde sus “no lugares,” desde sus “no trabajos,” desde los intersticios del empleo, la informalidad, las tareas de la casa y los trajines del barrio y la finca han entendido el carácter comunitario de la huelga y han desbordado los repertorios tradicionales. Hemos vislumbrado, siquiera por un tiempo, lo que significa poner la reproducción en el centro, la huelga general como huelga comunitaria, así como la capacidad política de los “dependientes” e “improductivos” contra el sistema que los vuelve en tales. Desocupar el lugar asignado deteniendo el cotidiano significa ocuparse nuevamente junto con el resto, lo cual implica desplazar la jerarquía entre lo importante y lo secundario. Se trata de parar, muchas veces, para hacer de otros modos.

Como segunda reflexión cabe señalar la enorme riqueza de las luchas reproductivas y de las miradas que las consideran. En ellas se pone la atención sobre las lógicas contemporáneas que conectan la violencia sobre los cuerpos feminizados y racializados, el extractivismo sobre lo vivo, el dominio punitivo de la sexualidad y la capacidad reproductiva, la subordinación cultural y educativa y la apropiación de las energías vitales y la falta de reconocimiento. Las huelgas de las que he hablado, antecesoras e inspiradoras para las huelgas feministas del presente, hablan a distintos niveles, pudiendo conectar la cama, la plaza, las carreteras y el país, la industria, los fogones y la comunidad, la iglesia y las calles, el puesto de venta y las conversaciones de paz, la casa hacienda, la chakra y las escuelas . . . todo se hilvana, todo aparece interconectado. Interrogar la intimidad pública, de abajo a arriba, ha sido un aporte fundamental de los llamados de las mujeres y los feminismos. La huelga (y otras iniciativas) florece cuando se ancla a cada territorio apuntando simultáneamente a las dinámicas complejas que los conectan, que nos conectan, en la diversidad y en la singularidad. Boinas rojas con comerciantes, indígenas rurales con maestras de la ciudad, putas con cristianos, mujeres del mercado con jóvenes contra la guerra, redstokins con oficinistas, conserveras de pescado, amas de casa . . . La huelga, hay quien ha dicho, sólo es relevante para un sector (privilegiado) o sólo habla de experiencias de trabajo y vida en ciertas partes del planeta. La enorme inventiva y diversidad de éstos y otros paros nos llevan de regreso a las movilizaciones como interrogantes y a la vocación de interrumpir allá donde toque.

En tercer lugar es importante entender el uso que se ha hecho de la potencia de los cuerpos en estos conflictos, que en un hermoso contrasentido delatan la fragilidad, desprotección e interdependencia, el poderoso aliento que los habita y los límites de la ética y de la política. Revertir silencio e invisibilidad, abyección y abuso, clasificación racial y sexual, construyendo dignidades encarnadas ha sido un elemento novedoso de elevado simbolismo. El cuerpo ha señalado un límite parando y con él ha revelado su reexistencia. Como enseñan los feminismos indígenas, no vale pelear por la tierra, el agua, los bosques, si el primer territorio que es el cuerpo resulta atropellado.12

Finalmente, los trabajos y la huelga. Detenerse, desactivar, desplazar, fugarse y llevarse, interrumpir, cortar y obstruir. En muchos trabajos esto carece de sentido y por eso muchas feministas han visto en la huelga una herramienta sesgada o propia de ciertos sectores13. Lo cierto es que lo que muestran estas experiencias es que la interrupción social ha sido una poderosa fuente de invención y lucha para las mujeres, para mujeres muy distintas. Ciertamente, la huelga no es siempre el mejor instrumento, la huelga no siempre viene sola y la huelga no habla a todo el mundo por igual. La huelga no es un momento, tiene sus propios preámbulos y es acompañada por distintos elementos. La pregunta “¿cuál es tu huelga?”14 se aproxima al problema, pero no acaba de resolverlo. El “día libre” movilizó a las islandesas, detener el sexo agitó a las colombianas de Barbacoas y a las keniatas que peleaban contra la deforestación y el monocultivo, las huelgas de hambre motivaron a las vendedoras minoristas en Bolivia en su reclamo de las calles como lugar de trabajo. . . . Lejos de hacer de la huelga un fetiche es preciso interrogar las múltiples formas de desafiliación y de rechazo a repetir un orden injusto, sea del tipo que sea. Junto a la interrupción como interrogante, como experimento múltiple, se halla la capacidad para apropiar, en ese mismo gesto, las condiciones globales de existencia. Lo que se ve del otro lado de la huelga social no remite a un modelo único, el sindical en grandes concentraciones, sino a una enorme capacidad para mover y recomponer los trabajos y las vidas en sus distintas vertientes bajo lógicas no capitalistas. Algunas lo llaman “biosindicalismo,” pero podría tener otros muchos nombres.

Imaginar la huelga feminista nada tiene que ver con desconsiderar los trabajos productivos o “lo económico,” con pensar que las mujeres no son parte de los distintos mundos del trabajo, incluido el asalariado, con que ésta, la huelga, atañe únicamente a la reproducción, como si se tratara de algo que sólo concierne a las mujeres, que desgajan así sus luchas (siempre sospechosas de ser excesivamente “culturales” y poco “políticas”) de las del conjunto de la clase15. Revisitar y recrear la huelga desde los feminismos tiene que ver con entender cómo ésta se amplía, se complejiza al empujar las fronteras del conflicto desde los “no trabajos,” los “no salarios,” los trabajos feminizados o los que se encadenan al endeudamiento, entendiendo cómo se articula hoy la explotación con la vulnerabilidad, la violencia y la muerte, dando cuenta del modo en que las mujeres y los sujetos feminizados impugnan el dominio racista y de la naturaleza, planteando cómo las formas de resistencia se entretejen para nosotras con la sexualidad, la intimidad, el cuerpo o la expresión cultural, cómo suman a más y más actores, desplazando y expandiendo constantemente los lugares del conflicto, las formas de la acción y sus protagonistas. Se trata, en definitiva, de captar cómo la huelga feminista abre nuevos caminos para las luchas de hoy.

Notas

2.

En Gray, With Babies and Banners. Adviértase que esta película no forma parte de muchos de los archivos históricos “oficiales” acerca de la huelga.

3.

Susan Rosenthal recoge las experiencias de Dollinger en una fantástica entrevista, “Striking Flint,” realizada en 1995.

6.

“Dolores Cacuango, 1969,” dirigido por Rolf Blomberg.

8.

Pray the Devil Back to Hell, dirigido por Gini Reticker.

9.

Gbowee, “Pray the Devil Back to Hell,” entrevista con Bill Moyers.

11.

Vega, “Rebelión y revelación.”

13.

Esto fue recientemente señalado por algunas compañeras en “Algunas reflexiones sobre metodologías feministas,” Grupo Latinoamericano de Estudios Formación y Acción Feminista, 20 de marzo de 2017. https://glefas.org/algunas-reflexiones-sobre-metodologias-feministas.

14.

Una pregunta planteada por el grupo Precarias a la Deriva en A la deriva.

15.

Errores de este tipo pueden verse en estas críticas de unas compañeras chilenas a una versión preliminar de este texto. Vega, “8M Huelga de mjueres y huelga general.”

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